El fotógrafo trashumante

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Fernando Aceña dejó su trabajo como profesor de fotografía para recorrer el continente en su Museo Interactivo de la Luz, un camión acondicionado por él mismo que sirve de cámara oscura y con el que enseña los principios de la fotografía ahí donde la carretera lo lleve. Ahora que está en Lima, compartimos su historia con ustedes.

Hace 15 años, Fernando Aceña dejó Barcelona para trasladarse a Valparaíso, en Chile, con el proyecto de fundar, con un grupo de amigos, Cámara Lúcida, una escuela de fotografía. “Fue una buena opción, cambiar de ciudad y de continente, para conocer nuevas realidades. Pero me dejó un poco amarrado a la ciudad, porque el proyecto me exigía trabajo los 12 meses del año”, cuenta Fernando. Por eso, luego de más de una década de trabajo docente y sedentario, decidió que era momento de cambiar. “Comencé a preguntarme a dónde iba con todo eso y como que me puse a pensar más en mí mismo. Por eso decidí construir algo que me permitiera estar de viaje y cambiar la búsqueda, una búsqueda de otro modo de trabajar”, explica.

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Ansias de viajar

El proyecto requería un vehículo en el que pudiera viajar, vivir y trabajar. Y, dada su vocación de fotógrafo y docente, ese trabajo requería un espacio que pudiera convertirse en una cámara oscura y en un laboratorio. “Estuve como 6 meses buscando alternativas, un vehículo que ya estuviera hecho, una casa rodante… pero al final opté por esto, porque era más bonito crear un diseño propio”, dice, en referencia al Museo Interactivo de la Luz, un camión que él mismo acondicionó para sus necesidades, apelando a conocimientos de carpintería y construcción con metal que ya tenía y aprendiendo, a medida que avanzaba, lo que aún no sabía. “Fue un proceso bien interesante porque si bien no era fotografía, igual estaba construyendo una cámara”, explica.

Y, cuando el camión estuvo listo, dejó todo atrás y salió de viaje. “Este es un viaje sin retorno”, explica, “la idea era salir sin tener que decir ‘en 6 meses regreso’. Es un viaje interesante también desde la perspectiva de ver para dónde va uno. Todo lo que tengo está aquí dentro. Quería darme esa libertad”. Y así, como una suerte de mago ambulante que viaja en su carruaje lleno de trucos, tomó la carretera a ver hacia dónde lo llevaban sus propios pasos.

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El museo

Fernando se detiene en algún lugar donde esté permitido estacionar, que tenga buena vista y por el que pase gente. Y abre el museo a los interesados. La entrada es libre, lo único que pide Fernano es un aporte voluntario, que es su fuente de sustento. En una breve visita –de entre 15 y 20 minutos– despliega los trucos que le permite esta cámara oscura rodante. “Les voy presentando la cámara oscura desde sus primeros antecedentes, en el 300 o 400 antes de Cristo: los primeros usos en astronomía, los pequeños ejercicios que se hacían con la cámara oscura en el mundo de la óptica y avanzo así al mundo de la magia (en donde también está presente la cámara oscura) y de ahí al mundo de la pintura para llegar a la fotografía hoy. Es un pequeño cuento de cómo la cámara oscura ha atravesado diferentes ciencias, muy dispares unas de otras, y ha llegado a la fotografía. Es bonito eso de decir que la cámara oscura no le pertenece a la fotografía. La cámara oscura es anterior a la fotografía, lo que esta aportó fue la forma química de atrapar la luz”, explica Fernando. “Con esta experiencia he aprendido que la cámara oscura es como un atardecer o un arcoiris… Un fenómeno luminoso te atrapa siempre desde la emoción”.

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Y, después de haber maravillado a su público en alguna plaza o parque, suele surgir la posibilidad de ir a hacer una demostración a algún colegio. Cuando eso sucede, Fernando también realiza demostraciones de fotografía. Crea sus propias emulsiones (calotipia y cianotipia) y hace pequeños talleres de retrato y de dibujo con luz (fotogramas) sobre papel. “Uno suele pensar que todo esto es un proceso complejo, pero cuando ves lo rápido que los niños lo captan, te das cuenta de que en verdad es bastante sencillo”.

En el camino

Y así, entre plazas, ferias y colegios, Fernando lleva ya año y medio recorriendo esta parte del continente. Y no tiene planes fijos de a dónde irá luego. Porque lo suyo, además de la fotografía y al docencia, es la experiencia del viaje. “Te puedes quedar unas semanas en un lugar, y vas creando vínculos. Se abren posibilidades de ir a escuelas de la zona y, cuando terminas, sigues tu camino. Me gusta también tener momentos en que estoy fuera de todo: me quedo una o dos semanas en algún lugar en que pueda disfrutar de la naturaleza, todo a mi propio ritmo”.

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